No solo hay que orar en caso de enfermedad. Es orar y obrar porque la fe sin obras es muerta. De hecho, la bendición de Dios siempre ha ido precedida de la obediencia. ¿Obediencia a qué? A las leyes de la salud que él nos ha dado desde el principio de los tiempos y que son las que nos protegen de los dardos que cada vez que puede nos lanza del enemigo en forma de enfermedad que son más efectivos cuando por desobediencia, ya sea por rebeldía o por desconocimiento, le dejamos la puerta abierta. Aun así, Dios es tan misericordioso que cuando oramos por los enfermos de alguna manera se manifiesta, pero si seguimos la instrucciones entonces la manifestación de sanidad será más plena. Les comparto dos citas que nos ayudarán a entender muchísimo mejor este importantísimo tema:
“Muchos han pretendido que Dios los libraría de las enfermedades solo porque así se lo habían pedido. Pero Dios no ha contestado sus oraciones porque su fe no se ha perfeccionado mediante sus obras. Dios no realizará ningún milagro para evitar que las enfermedades recaigan sobre las personas que no se cuidan y que continuamente se mantienen violando las leyes de la salud, sin hacer mayor esfuerzo para prevenir tales enfermedades. Cuando hacemos todo lo que está de nuestra parte para conservar la salud, entonces podemos esperar que los benditos resultados se produzcan y pedirle a Dios con fe que bendiga nuestros esfuerzos relacionados con la preservación de nuestra salud. Entonces contestará nuestras oraciones, si al hacerlo su nombre puede ser glorificado. Pero que todos comprendan que tienen un trabajo que hacer. Dios no obrará en forma milagrosa para preservar la salud de quienes, por causa de su descuido irresponsable de las leyes de la salud, siguen un curso seguro hacia la enfermedad.” EGW. Consejos sobre la salud, 58-59
“Vi que la razón por la cual Dios no oye más plenamente las oraciones de sus siervos en favor de los enfermos que hay entre nosotros es que no se le glorifica al hacerlo mientras se violan las leyes de la salud.” EGW. Joyas de los Testimonios, Tomo 1, 214
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